"Amapolas" (1872)

 

Estas flores fueron a menudo protagonistas en la obra de Monet. El pintor francés que inició el impresionismo muestra su entorno en cada pintura, insistiendo y repitiendo a menudo los mismos motivos. Así lo hizo durante casi toda su obra, pero especialmente en una de sus épocas más creativas, y en la que se sitúa este cuadro, en el período feliz de Argenteuil.

La luz de la naturaleza es quien manda en la obra de Monet. El cuadro carece de una complicada composición artística. Como buen impresionista, carga con mucha tinta el pincel, de hecho, si nos esforzamos podemos coger alguna amapola del campo. Pinta el paisaje con líneas curvas lo que le da al cuadro un aspecto fluido y ondulante.

Dejando atrás las preocupaciones teóricas, plasma la simplicidad de un campo de amapolas donde reina la tranquilidad. De hecho, no se preocupa en detallarnos el rostro de los que posiblemente fuesen su mujer Camille y su hijo Jean. Ellos son un pretexto en la obra.

Lo verdaderamente importante es la luz; proyectada en cada flor del campo, en cada nube desplazada por el viento o en la casa perfectamente escondida entre los árboles. Incluso si estamos mucho tiempo observando la obra, podremos imaginar como las nubes se van moviendo o como Camille y Jean vuelven a casa. Esto se debe a la maravillosa técnica de Monet, más allá de un simple lienzo, realiza una impresión a cámara lenta, deteniendo el tiempo de los campos de Argenteuil.

 

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